viernes, 2 de abril de 2021

LATER de Stephen King EN ESPAÑOL - Capítulo 14

 

LATER - STEPHEN KING - En español


14

 

Es hora de hablar de Liz Dutton, así que presten atención. Préstenle atención.

Medía alrededor de un metro setenta, la altura de mi madre, con cabello negro hasta los hombros (cuando no lo llevaba aprisionado en la cola de caballo reglamentaria), y poseía lo que algunos de los chicos en cuarto grado llamarían, sin tener idea de lo que hablaban, un “cuerpazo.” También mostraba una gran sonrisa y ojos grises generalmente cálidos. A menos que estuviese enojada. Cuando se enfadaba, esos ojos grises se veían fríos como un día de noviembre.

Me gustaba porque podía ser gentil, como cuando mi boca y garganta estaban muy secas y me dio el resto de Coca Cola sin preguntarme (mi madre estaba concentrada en conseguir los detalles del último libro sin escribir del señor Thomas).  Además, a veces me traía un auto Matchbox para mi creciente colección y de vez en cuando se echaba al piso junto a mí para jugar juntos. En ocasiones me daba un abrazo y me revolvía el pelo. A veces me hacía tantas cosquillas que le gritaba que se detuviese o me haría pis encima… lo que ella llamaba “dar de beber a mis jinetes.”

No me gustaba porque por momentos, especialmente luego de nuestro viaje a la casa del escritor, yo levantaba la vista y la atrapaba estudiándome como si fuese un insecto en una vitrina. En esas ocasiones sus ojos grises no mostraban calidez alguna. O me decía que habitación era un desastre, lo cual en rigor de la verdad era generalmente cierto, aunque no pareciera molestarle a mi mamá. “Me lastima los ojos,” solía decir Liz. O “¿Vas a vivir toda tu vida así, Jamie?” También consideraba que yo era demasiado grande para tener una luz de noche, pero mi madre puso fin a esa discusión, diciendo “Déjalo en paz, Liz. Lo dejará cuando esté listo.”

¿La razón principal? Ella me robó mucho de la atención y afecto que yo solía recibir de mi madre. Mucho después, cuando leí algunas teorías de Freud en una clase de psicología, me di cuenta que de niño tuve una clásica fijación por mi madre, viendo a Liz como un rival.

Bueno, sí.

Por supuesto que estaba celoso, y tenía mis buenas razones. No tenía padre, nunca supe quién carajos fue porque mi madre no quería hablar de él. Después descubrí que ella tenía motivos para eso, pero en aquel entonces todo lo que sabía era que “somos tú y yo contra el mundo, Jamie.” Eso fue hasta que apareció Liz. Y recuerden esto, yo tampoco disfrutaba mucho de mamá antes de Liz, porque ella estaba demasiado ocupada tratando de salvar la agencia luego de que, junto al tío Harry, fueran cagados por James Mackenzie (yo odiaba qué él tuviese mi mismo nombre). Mamá siempre estaba buscando oro en la basura, esperando cruzarse con otra Jane Reynolds.

Debo decir que el gusto y el disgusto estaban bastante igualados el día que fuimos a la Casa de los Adoquines, con el gusto ligeramente adelantado por al menos cuatro razones: los autos y camiones de Matchbox no se podían despreciar; sentarme entre ellas en el sofá y ver The Big Bang Theory era divertido y acogedor; yo quería gustar de quien mamá gustase; Liz la hacía feliz. Después (ahí está otra vez), no fue tan así.

Esa Navidad fue excelente. Recibí regalos geniales de ambas, y almorzamos temprano en Chinese Tuxedo antes de que Liz se fuese a trabajar. Porque, como dijo ella, “el crimen no se toma vacaciones.” Entonces mamá y yo fuimos al antiguo edificio sobre Park Avenue.

Mamá siguió en contacto con el señor Burkett luego de nuestra mudanza, y a veces los tres nos juntábamos. “Porque está solo,” decía mamá, “¿pero por qué más, Jamie?”

“Porque nos cae bien,” contestaba yo, y era verdad.

Tuvimos una cena de Navidad en su apartamento (en realidad fueron sándwiches de pavo con salsa de arándanos de Zabar’s) ya que su hija estaba en la costa oeste y no podía venir. Después me enteré de eso.

Y sí, porque nos caía bien.

Como tal vez les conté, el señor Burkett era de hecho Profesor Burkett, ahora emérito, lo que según entendí significaba que estaba retirado pero aún podía darse una vuelta por la universidad de New York y dar clases ocasionales de su especialidad súper erudita, que resultó ser I y E (Literatura Inglesa y Europea). Una vez cometí el error de decir “lit” y él me corrigió diciendo que esa palabra en inglés se usaba para los encendedores o las borracheras.

En todo caso, incluso sin mucha pompa y solamente zanahorias como acompañamiento, fue una linda comida luego de la cual recibimos más obsequios. Le regalé al señor Burkett un globo de nieve para su colección. Después me enteré de que había sido la colección de su esposa; pero él lo admiró, me agradeció y lo colocó sobre la chimenea con el resto. Mamá le dio un gran libro llamado Sherlock Holmes con nuevas anotaciones, porque cuando trabajaba a tiempo completo, él dictaba un curso llamado Misterio y Gótico en la ficción inglesa.

Él le regaló a mamá un medallón que dijo había pertenecido a su esposa. Mamá protestó argumentando que debería dárselo a su hija. El señor Burkett explicó que Siobhan había recibido las mejores alhajas de Mona, y además “si bostezas te lo pierdes.” Lo que quiso decir, me imagino, es que si su hija (por cómo sonaba, pensé que su nombre era Shivonn) no se molestaba en venir al este, podía irse a pasear. De cierta manera estuve de acuerdo, porque quién sabía cuántas Navidades más estaría su padre. Ya era más viejo que Dios. Por otro lado yo tenía debilidad por los padres, ya que jamás tuve uno. Ya sé que no se puede extrañar lo que nunca tuviste, pero yo extrañaba algo.

Mi presente de parte del señor Burkett también fue un libro. Se llamaba Veinte Cuentos de Hadas sin purgar.

“¿Sabes lo que significa sin purgar, Jamie?” Una vez profesor, toda la vida profesor, me imagino.

Sacudí la cabeza.

“¿Qué supones?” Él se había inclinado hacia adelanto con sus grandes y nudosas manos entre sus flacos muslos, sonriendo. “¿Puedes deducirlo por el contexto del título?”

“¿Sin censura? ¿Como Apto para Mayores?”

“Exacto,” dijo. “Bien hecho.”

“Espero que no haya mucho sexo en ellos,” dijo mamá. “Lee a un nivel de secundaria, pero solo tiene nueve.”

“Nada de sexo, solo violencia a la vieja usanza,” dijo el señor Burkett (nunca lo llamaba profesor en aquellos días, porque me parecía algo pretencioso). “Por ejemplo, en el cuento original de Cenicienta, que encontrarás aquí, las malvadas hermanastras…”

Mamá se giró hacia mí y dijo, “Alerta de spoiler.”

El señor Burkett no se dejó disuadir. Estaba en pleno modo de educador. No me molestó, era interesante.

“En el original, las malvadas hermanastras se cortan los pies en su intento de lograr que el zapato de cristal les calce.”

“¡Puajjj!” Lo dije en un modo que significaba qué asco, cuénteme más.

“Y el zapato de cristal no era nada de cristal, Jamie. Parece haber habido una mala traducción que inmortalizó Disney, ese homogeneizador de cuentos de hadas. El zapato en realidad estaba hecho de piel de ardilla.”

“Guau,” dije. No tan interesante como las hermanastras cortándose los pies, pero quería que siguiera.

“En la historia original del Rey Sapo, la princesa no besa al sapo. En vez de eso, ella…”

“Basta ya,” dijo mamá. “Déjalo que lea las historias y lo descubra por su cuenta.”

“Siempre es lo mejor,” accedió el señor Burkett. “Y tal vez podamos comentarlos, Jamie.”

Quiere decir que usted va a comentarlos mientras yo escucho, pensé, pero me pareció bien.

“¿Tomamos chocolate caliente?” preguntó mamá. “También es de Zabar’s, y preparan el mejor. Lo puedo recalentar en un santiamén.”

“Adelante, Macduff,” dijo el señor Burkett, “y maldito el primero que grite ‘¡Suficiente!’” Lo que significaba que sí, y que lo beberíamos con crema batida.

En mis recuerdos esa fue la mejor Navidad que tuve de chico, desde los panqueques de Santa que Liz hizo en la mañana hasta el chocolate en el apartamento del señor Burkett, en el mismo piso donde mamá y yo habíamos vivido. El Año Nuevo también estuvo bueno, aunque me dormí en el sofá entre mamá y Liz antes de que cayese la bola. Todo bien. Pero en el 2010, comenzaron las discusiones.

Antes de eso, Liz y mi madre sabían tener lo que mamá llamaba “discusiones animadas,” mayormente acerca de libros. Compartían en general el gusto por los mismo autores (recuerden que se conocieron por Regis Thomas) y las mismas películas, pero Liz consideraba que mi madre se enfocaba demasiado en cosas como ventas, adelantos e historiales de escritores, en vez de las historias en sí mismas. Y de hecho se reía de los trabajos de un par de sus cliente, llamándolos “subliteratura.” A lo cual mi madre respondía que esa subliteratura pagaba la renta y mantenía la luz encendida. Sin mencionar la casa de cuidados en la que el tío Harry se encontraba marinándose en su propia orina.

Luego las peleas comenzaron a alejarse del terreno más o menos seguro de los libros y películas, y se hicieron más acaloradas. Algunas veces era sobre política. Liz adoraba a un congresista, John Bohener. Mi madre lo llamaba John ‘Boner’ (erección), lo que algunos chicos de mi entorno llamaban ‘tenerla dura’. O tal vez ella quería decir que era un patadura, pero no lo creo. Mamá pensaba que Nancy Pelosi (otra política, a la cual probablemente conozcan ya que sigue activa) era una valiente mujer trabajando en un “club de muchachos.” Liz opinaba que era la clásica tipeja liberal.

La pelea más grande que tuvieron sobre política fue cuando Liz dijo que no estaba totalmente segura de que Obama hubiese nacido en EE.UU. mamá la llamó estúpida y racista. Ambas estaban en la habitación con la puerta cerrada (allí era donde ocurrían la mayoría de sus discusiones) pero sus voces fueron en aumento y pude escuchar cada una de sus palabras desde la sala. Unos minutos después, Liz se marchó dando un portazo y no volvió en una semana. Cuando regresó, hicieron las paces. En la habitación. Con la puerta cerrada. También escuché eso, porque la reconciliación fue bastante ruidosa. Gruñidos y risas y chirridos de la cama.

También discutían acerca de procedimientos policiales, y eso fue unos años antes del Black Lives Matter. Ese era un punto de fricción con Liz, como podrán adivinar. Mamá denunciaba lo que ella llamaba “perfil racial,” y Liz decía que uno solo puede dibujar un perfil si las características son claras. (No lo entendí entonces, y sigo sin entenderlo.) Mamá aseguraba que cuando la gente negra y la blanca eran sentenciadas por el mismo crimen, era la negra la que recibía las condenas más duras, y a veces los blancos no cumplían ningún tiempo en prisión. Liz contratacaba diciendo, “Muéstrame un Boulevard Martin Luther King en cualquier ciudad, y yo te mostraré un área de alto índice criminal.”

Las discusiones comenzaron a hacerse más frecuentes, e incluso a mi tierna edad me di cuenta de la verdadera razón: estaban bebiendo demasiado. Los desayunos calientes, que mi madre preparaba dos o incluso tres veces por semana, casi cesaron por completo. Yo solía levantarme por las mañanas y ellas estaban sentadas con sus batas puestas, aferradas a sus tazas de café, pálidos los rostros y los ojos rojos. Había tres, a veces cuatro botellas de vino vacías en la basura con colillas de cigarrillo.

Mi madre me decía, “Toma un poco de jugo y cereal mientras me visto, Jamie.” Y Liz me pedía que no hiciese mucho ruido porque la aspirina aún no había hecho efecto, la cabeza se le partía, y había recibido una llamada de servicio o la habían asignado a algún caso. Sin embargo, no el equipo de Thumper; ella no lo consiguió.

Esas mañanas, yo bebía mi jugo y comía mi cereal, silencioso como un ratón. Cuando mamá estaba vestida y lista para llevarme a la escuela (ignorando el comentario de Liz de que ya era lo suficientemente grande como para ir por mi cuenta), ella comenzaba a recuperarse.

Todo esto me parecía de lo más normal. No creo que el mundo comience a definirse antes de los quince o dieciséis; hasta entonces, uno toma lo que recibe y se adapta a ello. Esas dos mujeres con resaca encogidas sobre sus cafés era la manera en que comenzaba mi día algunas mañanas, que eventualmente se convirtieron en muchas mañanas. Ni siquiera me percaté del olor a vino que comenzó a impregnarlo todo. Solo una parte de mí debe haberlo notado porque, años más tarde en la universidad, cuando mi compañero de cuarto derramó una botella de Zinfandel en la sala de nuestro pequeño apartamento, todo volvió a mí y fue como recibir un planchazo en plena cara. El cabello greñudo de Liz. Los ojos vacíos de mi madre. Cómo aprendí a cerrar el frasco donde estaba el cereal silenciosa y calladamente.

Le dije a mi compañero que iría al 7-Eleven a por un paquete de cigarrillos (sí, eventualmente adopté es mal hábito), pero básicamente solo quería huir de ese olor. Si me dan a elegir entre ver gente muerta (sí, aún la veo) y los recuerdos revividos por el olor de vino derramado, escojo la gente muerta.

Sin una puta duda.


jueves, 1 de abril de 2021

LATER de Stephen King EN ESPAÑOL - Capítulo 13

 

LATER - STEPHEN KING - En español


13

 

Nos llevó una hora y media, y cuando terminamos yo estaba exhausto, y creo que mamá también. El señor Thomas se veía igual al final que cuando comenzamos, parado allí con esa patética banda amarilla cayendo de su barriga y sus shorts de tiro bajo. Liz estacionó el auto entre los postes de la entrada con la baliza encendida, probablemente una buena idea porque las noticias de la muerte del señor Thomas habían comenzado a esparcirse, y la gente se estaba congregando en el frente para sacar fotos de la casa. En algún momento ella se acercó a preguntar cuánto faltaba y mamá solo la alejó la con un gesto de la mano, le dijo que fuese a inspeccionar el terreno o algo así; pero mayormente Liz esperó.

Fue estresante a la vez que cansador, porque nuestro futuro dependía del libro del señor Thomas. No era justo para mí tener que cargar con el peso de esa responsabilidad, no a los nueve, pero no había alternativa. Tuve que repetir todo lo que el señor Thomas le dijo a mamá (o mejor dicho a los aparatos de grabación de mamá), y el hombre tenía mucho para contar. Cuando me dijo que podía guardar todo en su cabeza, no eran patrañas. Y mamá hacía preguntas, más que nada para aclarar ciertos puntos. Al señor Thomas no parecía importarle (en realidad, no le importaba ni una ni otra cosa), pero la forma en que mamá retrasaba las cosas comenzó a hincharme las pelotas. Además, mi boca se resecó horriblemente. Cuando Liz me trajo lo que le quedaba de Coca Cola, lo tragué en dos sorbos y la abracé.

“Gracias,” dije, devolviéndole el vaso vacío. “Lo necesitaba.”

“Por nada.” Liz había dejado de lucir aburrida. Ahora parecía pensativa. No podía ver al señor Thomas, y no creo que aún creyese totalmente que él estaba ahí, pero sabía que algo estaba sucediendo, porque había escuchado a un chico de nueve años narrar una trama complicada que incluía a media docena de personajes principales y al menos dos docenas de otros secundarios. Oh, y un trío (bajo la influencia de unas hierbas cedidas por un amable nativo americano del pueblo de los Nottoway) compuesto por George Threadgill, Purity Betancourt y Laura Goodhug. Quien terminó quedando embarazada. La pobre Laura siempre se llevaba la peor parte.

Al finalizar el resumen, el gran secreto se develó, y fue sorprendente. No les diré cuál fue. Lean el libro y descúbranlo ustedes mismos. Si es que aún no lo han leído.

“Ahora te diré la última frase,” dijo el señor Thomas. Parecía tan fresco como siempre… aunque “fresco” seguramente sea un término erróneo para referirse a una persona muerta. No obstante, su voz había comenzado a desvanecerse. Solo un poco. “Porque siempre la escribo primero. Es el cebo al cual apunto.”

“Se viene la última frase,” le dije a mamá.

“Gracias a Dios,” dijo ella.

El señor Thomas levantó un dedo, como un viejo actor preparándose para su gran discurso. "’Aquel día, un sol carmesí descendió sobre el asentamiento abandonado, y la palabra grabada que desconcertaría a generaciones brilló, como si estuviese delineada en sangre: CROATAN.’ Dile que croatan va todo en mayúsculas, Jimmy.”

Se lo dije (aunque no sabía exactamente qué quería decir con “delineada en sangre”), luego le pregunté al señor Thomas si habíamos terminado. Justo cuando me dijo que sí, oí una breve sirena que provenía del frente: dos sonidos largos y uno corto.

“Oh, Dios,” dijo Liz, pero no con pánico; más como si lo hubiese estado esperando. “Aquí vamos.”

Ella tenía la placa sujeta a su cinturón y abrió la parca para que se viera. Luego fue hasta el frente y volvió con dos policías. Ambos también usaban parcas, con insignias de la Policía del Condado de Westchester en ellas.

“Ahueca el ala, la policía,” dijo el señor Thomas, algo que no entendí en absoluto. Después, cuando le pregunté a mamá, me dijo que era un modismo propio de los años ’50.

“Ella es la señora Conklin,” dijo Liz. “Es mi amiga y era la agente del señor Thomas. Me pidió que la trajese aquí ya que le preocupaba que alguien pudiese aprovechar la oportunidad de llevarse algúun recuerdo.”

“O un manuscrito,” agregó mi madre. El pequeño grabador estaba bien seguro en su bolso y tenía el celular en el bolsillo trasero de sus jeans. “Uno en particular, el último libro del ciclo de novelas que el señor Thomas estaba escribiendo.”

Liz le dedicó una mirada que quería decir ya es suficiente, pero mi madre continuó.

“Acababa de terminarla, y millones de personas querrán leerla. Sentí que era mi deber asegurarme de que tendrían la oportunidad de hacerlo.”

Los policías no parecieron interesados; estaban allí para inspeccionar la habitación donde había muerto el señor Thomas. Y para corroborar que la gente que había sido vista en la propiedad tuviera una buena razón para estar ahí.

“Me parece que murió en su estudio,” dijo mamá, y apuntó a La Petite Maison.

“Ajá,” dijo fue uno de los policías. “Eso oímos. Iremos a ver.” Tuvo que agacharse con las manos en las rodillas para estar a mi altura; por aquellos días yo era bastante menudo. “¿Cuál es tu nombre, hijo?”

“James Conklin.” Le eché al señor Thomas una mirada mordaz. “Jamie. Ella es mi madre.” La tomé de la mano.

“¿Hoy faltaste a la escuela, Jamie?”

Antes de poder contestar intervino mamá, suave como la seda. “Generalmente lo recojo cuando sale del colegio, pero pensé que tal vez no llegaría a tiempo hoy, así que pasamos por él. ¿No es así, Liz?”

“Copiado,” dijo Liz. “Oficiales, no revisamos el estudio, por lo que no puedo decirles si está cerrado o no.”

“La casera lo dejó abierto con el cuerpo adentro,” dijo el que me había hablado. “Pero me dio las llaves y cerraremos luego de echar un vistazo.”

“Podrías decirles que no hubo nada raro,” dijo el señor Thomas. “Tuve un infarto. Duele como mil demonios.”

Yo no les iba a decir nada. Solo tenía nueve, pero no era estúpido.

“¿También hay una llave del portón?” preguntó Liz. Ahora estaba en plan profesional. “Porque estaba abierto cuando llegamos.”

“La hay, y lo cerraremos al salir,” dijo el segundo policía. “Fue una buena jugada estacionar el auto allí, detective.”

Liz extendió las manos, como diciendo que era parte del trabajo diario. “Si ya tienen todo, los dejaremos en paz.”

El policía que me había hablado dijo, “Deberíamos saber cómo es ese valioso manuscrito, para asegurarnos de que esté a salvo.”

Era un golpe que mi madre podía esquivar. “Él me envió el original justo la semana pasada. En un pendrive. No creo que haya otra copia. Era bastante paranoico.”

“Lo era,” admitió el señor Thomas. Sus shorts se estaban hundiendo de vuelta.

“Qué bueno que ustedes hayan estado aquí para vigilar,” dijo el segundo policía. Él y el otro estrecharon las manos de mamá y Liz, y las mías también. Luego comenzaron a descender por el camino de grava hacia la pequeña construcción verde donde el señor Thomas había muerto. Después descubrí que muchos escritores murieron frente sus escritorios. Debe ser una profesión de alto riesgo.

“Vamos, campeón,” dijo Liz. Intentó tomarme de la mano, pero no se lo permití.

“Quédate un minuto junto a la piscina,” dije. “Vayan las dos.”

“¿Por qué?” preguntó mamá.

Miré a mi madre de una forma que no creo haber hecho nunca: como si fuera estúpida. Y en ese momento, yo creí que estaba siendo estúpida. Ambas lo eran. Sin mencionar extremadamente maleducadas.

“Porque tú tienes lo que querías y yo necesito darle las gracias.”

“Oh Dios mío,” dijo mamá, y se palmeó otra vez la frente. “¿En qué estaba pensando? Gracias, Regis. Muchas gracias.”

Mamá le estaba hablando a un cantero, así que la tomé del brazo y la giré. “Él está por allí, mamá.”

Volvió a agradecer, a lo cual el señor Thomas no respondió. No parecía importarle. Luego ella se dirigió hacia donde estaba Liz quien, parada junto a la piscina vacía, encendía un cigarrillo.

Realmente no necesitaba darle las gracias; para entonces sabía que a la gente muerta esas cosas no le importan una mierda. Pero igual lo hice. Era simple educación y, por otro lado, yo quería algo más.

“La amiga de mi mamá,” dije. “¿Liz?”

El señor Thomas no respondió, pero la miró.

“Sigue pensando que estoy inventando todo. O sea, sabe que sucedió algo raro, porque ningún chico podría haber creado toda la historia. Por cierto, me encantó lo que le pasó a George Threadgill…”

“Gracias. No se merecía otra cosa.”

“Pero le dará vueltas al asunto en su cabeza, y al final creerá lo que ella quiera.”

“Lo racionalizará.”

“Si quiere llamarlo así.”

“Es así.”

“Bueno, ¿hay alguna forma de que usted le muestre que está aquí?” estaba pensando en el señor Burkett, cuando se rascó la mejilla luego del beso de su esposa.

“No lo sé. Jimmy, ¿tienes idea de lo que me pasará ahora?”

“Lo siento señor Thomas. No lo sé.”

“Supongo que lo descubriré yo mismo.”

Caminó hacia la piscina donde nunca volvería a nadar. Alguien la llenaría de nuevo cuando regresara el calor, pero para entonces él ya se habría ido haría mucho tiempo. Mamá y Liz estaban conversando en voz baja y compartiendo el cigarrillo. Una de las cosas que no me gustaban de Liz es cómo había llevado de vuelta a mi mamá al vicio del cigarrillo. Solo un poco, y solamente con ella, pero igual.

El señor Thomas se paró frente a Liz, tomó una profunda bocanada de aire y sopló. Liz no tenía flequillo, su cabello estaba bien estirado hacia atrás y atado en una cola de caballo, pero aun así entrecerró los ojos como uno hace cuando el viento te sopla en la cara, y retrocedió. Creo que habría caído a la piscina si mamá no la agarraba del brazo.

Dije, “¿Lo sentiste?” Una pregunta estúpida, claro que lo había sentido. “Ese fue el señor Thomas.”

El mismo que ahora se alejaba de nosotros, dirigiéndose de vuelta a su estudio.

“¡Gracias de nuevo, señor Thomas!” grité. Él no se giró, pero levantó una mano antes de ponerla otra vez en el bolsillo de sus shorts. Yo tenía una vista excelente de su raya de plomero (es lo que dice mamá cuando ve a un tipo con pantalones de tiro bajo), y si es demasiada información para ustedes, mala suerte. Le hicimos contarnos (¡en una hora!) todo lo que le había llevado meses inventar. Podría haberse negado, y tal vez aquello le daba el derecho de mostrarnos el culo.

Claro que yo fui el único que pudo verlo.


miércoles, 31 de marzo de 2021

LATER de Stephen King EN ESPAÑOL - Capítulo 12

 

LATER - STEPHEN KING - En español


12

 

Él caminó hacia nosotros, lo cual no me sorprendió. La mayoría de ellos, no todos pero casi, se ven atraídos por la gente viva un tiempo, como insectos hacia los bombillos de luz. Es una comparación algo horrible, pero es todo lo que se me ocurre. Me habría dado cuenta de que estaba muerto incluso aunque no lo hubiese sabido, por cómo estaba vestido. Era un día helado, pero él llevaba una simple camiseta, pantaloncillos cortos y esas sandalias que mamá llama zapatos de Jesús. Tenía algo más, algo raro: una banda amarilla con una insignia azul clavada en ella.

Liz le estaba diciendo algo a mi madre acerca de que allí no había nadie y que yo solo simulaba, pero no presté atención. Me liberé de la mano de mamá y caminé hacia el señor Thomas. Él se detuvo.

“Hola señor Thomas,” dije. “Soy Jamie Conklin. El hijo de Tia. Nunca nos conocimos.”

“Oh, vamos,” exclamó Liz a mis espaldas.

“Silencio,” dijo mamá, pero algo del escepticismo de Liz se le debió haber contagiado porque me preguntó si estaba seguro de que el señor Thomas estaba ahí.

También ignoré eso. Sentía curiosidad por la banda que estaba usando. Debió tenerla puesta cuando murió.

“Estaba frente a mi escritorio,” dijo él. “Siempre uso mi banda cuando escribo. Es mi amuleto de la suerte.”

“¿Qué es esa insignia?”

“El premio que gané en el Concurso Regional de Deletreo, cuando estaba en sexto grado. Vencí a chicos de otras veinte escuelas. Perdí en las instancias estatales, pero recibí esta insignia azul en la Regional. Mi madre hizo la banda y cosió la insignia en ella.”

En mi opinión, era algo extraño seguir usándola, ya que el sexto grado debió haber sido hace millones de años para el señor Thomas; pero lo dijo sin vergüenza ni afectación. Algunos muertos pueden sentir amor (¿recuerdan cuando la señora Burkett besó en la mejilla a su marido?) y pueden sentir odio, algo que aprendí a su debido tiempo. Pero el resto de los sentimientos parecen desaparecer cuando mueren. Incluso el amor nunca me pareció demasiado fuerte. No me gusta decirles esto, pero el odio permanece más fuerte y dura más. Creo que cuando las personas ven fantasmas (al contrario que la gente muerta), es porque estos están llenos de odio. La gente piensa que los fantasmas son espeluznante, porque lo son.

Me volví hacia mamá y Liz. “Mamá, ¿sabías que el señor Thomas esa una banda cuando escribe?”

Sus ojos se agrandaron. “Eso dijo en la entrevista a Salon que dio hace cinco o seis años. ¿La está usando ahora?”

“Sí. Tiene una insignia azul. Es de …”

“¡El concurso de deletreo que ganó! En la entrevista, él se rio y los llamó ‘mi tonta afectación.’”

“Tal vez,” dijo el señor Thomas, “pero la mayoría de los escritores tienen afectaciones tontas y supersticiones. Somos como jugadores de béisbol en ese aspecto, Jimmy. ¿Y quién puede discutir con nueve bestsellers del New York Time seguidos?”

“Soy Jamie,” le dije.

Liz dijo, “Tú le contaste al campeón de esa entrevista, Tee. Debes haberlo hecho. O él la leyó. Es un excelente lector. Él lo sabía, y…”

“Silencio,” dijo mi madre con fiereza. Liz alzó las manos, como rindiéndose.

Mamá se paró a mi lado, mirando a lo que para ella solo era un camino de grava vacío. El señor Thomas estaba parado justo frente a ella, con las manos en los bolsillos de sus pantalones cortos. Estos le iban bastante flojos, y rogué que no empujase sus manos demasiado porque me parecía que no llevaba ropa interior.

“¡Dile lo que te dije!”

Lo que mamá quería que le dijese era que nos debía ayudar, o el delgado hielo financiero sobre el que caminábamos desde hacía más de un año se rompería y nos ahogaríamos en un mar de deudas. También que la agencia había comenzado a perder clientes porque algunos escritores sabían que estábamos en problemas y tal vez nos veríamos obligados a cerrar. Ratas huyendo de un barco que se hunde, así los llamó una noche cuando Liz no estaba y mamá iba por su cuarta copa de vino.

Sin embargo, no me molesté en repetir todo ese bla bla. La gente muerta debe responder tus preguntas (al menos hasta que desaparezcan) y debían decir la verdad. Entonces fui al grano.

“Mamá quiere saber de qué se trata El secreto de Roanoke. Quiere conocer toda la historia. ¿Usted sabe toda la historia, señor Thomas?”

“Por supuesto.” Hundió más sus manos en los bolsillos, y ahora yo podía entrever una delgada línea de vello corriendo por el medio de su estómago hasta debajo del ombligo. No quería ver algo así, pero lo vi. “Siempre tengo todo listo antes de escribir algo.”

“¿Y lo tiene en su cabeza?”

“Debo hacerlo. De otra manera alguien podría robarlo. Ponerla en internet. Arruinar las sorpresas.”

De haber estado vivo, aquello podría sonar paranoico. Muerto, simplemente estaba estableciendo un hecho, o lo que él creía que era un hecho. Eh, yo pensé que tenía algo de razón. Los trolls de las computadoras siempre desparraman cosas en la red, desde mierdas aburridas como secretos políticos hasta cosas realmente importantes, como lo que sucedería en la temporada final de Fringe.

Liz se alejó de nosotros, se sentó en una de las bancas al costado de la piscina, cruzó las piernas y encendió un cigarrillo. Aparentemente había decidido que los lunáticos se hicieran cargo del manicomio. Por mí, perfecto. Liz tenía sus cosas buenas, pero aquella mañana básicamente estaba estorbando.

“Mamá quiere que usted me cuente todo,” le dije al señor Thomas. “Yo se lo repetiré, y ella escribirá el último tomo de Roanoke. Dirá que usted le envió casi todo antes de morir, junto con algunas notas acerca de cómo terminar los últimos capítulos.”

En vida, habría aullado ante la idea de que alguien más terminara su libro; su trabajo era lo más importante en la vida y él se mostraba muy posesivo con él. Pero ahora sus restos yacían en la mesa de algún funebrero, vestido con los shorts caquis y la banda amarilla que había estado usando mientras escribía sus últimas frases. La versión de él que me hablaba ya no era celosa ni posesiva de sus secretos.

“¿Puede hacer eso?” fue todo lo que preguntó.

Mamá me había asegurado (y a Liz) mientras nos dirigíamos a la Casa de los Adoquines que ella realmente podía hacerlo. Regis Thomas insistía en que ningún editor debía tocar una sola de sus preciosas palabras, pero de hecho mamá había estado retocando sus libros durante años sin decírselo, incluso desde la época en que el tío Harry seguía en sus cabales y manejaba el negocio. Algunos de los cambios eran bastante grandes, pero él nunca lo supo… o al menos jamás dijo nada. Si había alguien en el mundo que pudiese copiar el estilo del señor Thomas, esa era mi madre. Pero el estilo no era problema. El problema era la historia.

“Sí puede,” dije, porque era más sencillo que contarle todo lo demás.

“¿Quién es la otra mujer?” preguntó el señor Thomas, señalando a Liz.

“Es amiga de mi madre. Su nombre es Liz Dutton.” Liz alzó la vista brevemente, luego encendió otro cigarrillo.

“¿Ella y tu madre están cogiendo?” preguntó el señor Thomas.

“Casi seguro, sí.”

“Me parecía. Por cómo se miran.”

“¿Qué dijo?” preguntó mamá con ansiedad.

“Preguntó si tú y Liz son buenas amigas,” dije. Bastante pedorro, pero fue todo lo que se me ocurrió en el momento. “¿Entonces nos contará El secreto de Roanoke?” le pregunté al señor Thomas. “Me refiero a todo el libro, no solo la parte secreta.”

“Sí.”

“Dijo que sí”, le avisé a mamá, y ella sacó de su bolso su celular y una pequeña grabadora. No quería perderse ni una palabra.

“Dile que sea tan detallado como pueda.”

“Mamá dice…”

“Ya la escuché,” dijo el señor Thomas. “Estoy muerto, no sordo.” Sus pantaloncillos estaban más caídos que nunca.

“Genial,” dije. “Escuche, debería levantarse los shorts, señor Thomas, o se le va a helar el pajarito.”

Él se levantó los shorts para que quedaran colgados de su huesuda cadera. “¿Está fresco? No me parece.” Luego, sin cambiar de tono: “Tia está comenzando a verse vieja, Jimmy.”

No me molesté en repetirle que mi nombre era James. En vez de eso, miré a mi madre y Dios santo, que se veía vieja. O al menos estaba comenzando a verse así. ¿Cuándo había sucedido?

“Cuéntenos la historia,” dije. “Comience por el principio.”

“¿Por dónde más?” dijo el señor Thomas.


 


martes, 30 de marzo de 2021

LATER de Stephen King EN ESPAÑOL - Capítulo 11

 

LATER - STEPHEN KING - En español


11

 

Yo seguía comiendo las últimas papas fritas (ya frías, pero no me importaba) cuando entramos en un pequeño callejón sin salida llamado Camino de Adoquines. Alguna vez había habido adoquines, pero ahora solo era un pavimento bien alisado. La casa al final era la Cabaña Adoquines. Se trataba de una gran casa de piedra con postigos ricamente grabados y musgo en el techo. Ya lo oyeron, musgo. Una locura, ¿no? Había un portón, pero estaba abierto. Se veían unos carteles en los pilares que lo flanqueaban, que eran de la misma piedra gris utilizada para la casa. Uno decía NO PASAR, ESTAMOS HARTOS DE ESCONDER LOS CUERPOS. El otro mostraba a un furibundo pastor alemán y decía CUIDADO CON EL PERRO.

Liz se frenó y miró a mi madre enarcando las cejas.

El único cuerpo que enterró Regis fue el de su periquito, Francis,” dijo mamá. “Llamado así por Francis Drake, el explorador. Y nunca tuvo perros.”

“Por las alergias,” agregué desde el asiento trasero.

Liz condujo hasta la casa, se detuvo y encendió la baliza del salpicadero. “Las puertas del garaje están cerradas y no veo autos. ¿Quién está aquí?”

“Nadie,” dijo mamá. “La cuidadora de la casa lo encontró. La señora Quayle. Davina. Ella y un jardinero de media jornada componían todo el personal. Una mujer agradable. Me llamó inmediatamente después de pedir una ambulancia. Eso me hizo preguntar si estaba segura de que él hubiese muerto, y me dijo que sí porque había trabajado en un asilo antes de que Regis la empleara; pero aun así él debía ser llevado primero al hospital. Le dije que se fuese a su casa ni bien se llevaran el cuerpo. La mujer estaba muy alterada. Preguntó por Frank Wilcox, el administrador de Regis, y le dije que me pondría en contacto con él. Lo haré a su debido momento, pero la última vez que hablé con Regis me dijo que Frank y su esposa estaban en Grecia.”

“¿Y la prensa?” preguntó Liz. “Era un escritor bestseller.”

“Cristo Dios, no lo sé.” Mamá observó ávidamente alrededor, como si esperara encontrar reporteros escondidos en los arbustos. “No veo a ninguno.”

“Tal vez aún no lo sepan,” dijo Liz. “Si lo hacen, si lo oyeron por una radio, irán tras de los policías y el hospital primero. El cuerpo no está aquí, por lo tanto la noticia tampoco. Tenemos algo de tiempo, así que calma.”

“Tengo la bancarrota frente a los ojos, un hermano que quizás viva otros treinta años en un asilo y un niño que tal vez quiera ir a la universidad algún día, así que no me digas que me calme. ¿Jamie, tú lo ves? Sabes cómo luce, ¿cierto? Dime que lo estás viendo.

“Sé cómo luce, pero no lo veo,” dije.

Mamá gruñó y se palmeó el flequillo despeinado.

Busqué la manija de la puerta y, sorpresa sorpresa, no había ninguna. Le dije a Liz que me dejara salir y lo hizo. Todos nos bajamos del auto.

“Golpea a la puerta,” dijo Liz. “Si no atiende nadie, rodearemos la casa y alzaremos a Jamie para que mire por las ventanas.”

Podíamos hacerlo porque los postigos (con chucherías elegantes grabadas en ellos) estaban todos abiertos. Mi madre corrió hacia la puerta, y por un momento Liz y yo nos quedamos solos.

“Realmente no crees que puedas ver gente muerta como el chico de esa película, ¿cierto campeón?”

No me importaba si me creía o no, pero algo en su tono de voz (como si todo fuera una broma) me molestó. “Mamá te contó de la señora Burkett, ¿no?”

Liz se encogió de hombros. “Puede haber sido pura suerte. ¿Acaso viste algún muerto en el camino hacia aquí?”

Le dije que no, pero puede ser difícil darse cuenta a menos que hable con ellos… o que ellos me hablen. Una vez cuando mamá y yo estábamos en el autobús vi a una chica con cortes tan profundos en las muñecas que parecían brazaletes rojos, y estoy muy seguro de que ella estaba muerta, si bien no era ni remotamente tan aterradora como el hombre del Central Park. Y ese mismo día, cuando salíamos de la ciudad, avisté una mujer anciana en una bata de baño rosada, parada en la esquina de la Octava Avenida. Cuando el semáforo se puso en verde, ella se quedó parada, mirando alrededor como una turista. Tenía ruleros en el pelo. Tal vez fuese una muerta, pero también podría haber sido una persona viva desorientada, como mamá dijo que el tío Harry solía hacer a veces antes de que ella lo internara. Mamá me dijo que cuando el tío Harry comenzó a hacer esas cosas, a veces en pijama, abandonó la esperanza de que fuese a mejorar.

“Los que te leen la suerte siempre aciertan,” dijo Liz. “Y hay un viejo dicho según el cual hasta un reloj parado da la hora correcta dos veces al día.”

“¿Estás diciendo que mi madre está loca y que yo la apoyo en su locura?”

Ella rio. “Eso se llama facilitar, campeón, y no, no lo creo. Lo que pienso es que está confundida y se aferra a cualquier esperanza. ¿Sabes lo que eso significa?”

“Sí. Que está loca.”

Liz volvió a sacudir la cabeza, esta vez más enfáticamente. “Está bajo mucha presión. Lo entiendo perfectamente. Pero inventar cosas no la ayudará. Espero que entiendas eso.”

Mamá regresó. “Nadie responde, y la puerta está cerrada. Ya probé de abrir.”

“Okay,” dijo Liz. “Vamos a espiar por la ventana.”

Rodeamos la casa. Yo podía ver a través de las ventanas del comedor porque llegaban hasta el suelo, pero era demasiado bajo para las otras. Liz entrecruzó sus manos para que yo pudiera pisar y mirar por ellas. Observé una gran sala de estar con un televisor de pantalla plana y muchos muebles lujosos. Vi un comedor con una mesa lo suficientemente grande como para servir a todo el equipo de los Mets, más sus suplentes. Algo impensable para un tipo que odiaba la compañía. Divisé un espacio que mamá llamaba el pequeño cuarto, y detrás estaba la cocina. El señor Thomas no estaba por ningún lado.

“Tal vez esté arriba. Yo nunca subí, pero si murió en la cama… o en el baño… quizás podría seguir…”

“Dudo que haya muerto en el trono, como Elvis; pero supongo que es posible.”

Eso me hizo reír, siempre me hacía reír que le dijeran “trono” al inodoro; pero me detuve cuando vi el rostro de mamá. Esto era algo serio, y ella estaba perdiendo las esperanzas. Había una puerta en la cocina. Ella probó el picaporte, pero estaba cerrada al igual que la puerta delantera.

Se giró hacia Liz. “Podríamos…”

“Ni lo sueñes,” dijo Liz. “De ninguna manera vamos a forzar la entrada, Tee. Tengo suficientes problemas en el Departamento como para activar el sistema de alarma de un escritor bestseller recientemente muerto, e intentar explicar qué hacíamos aquí a los muchachos de Brinks o de ADT. O a la policía local. Y hablando de policías… él murió solo, ¿no? ¿La cuidadora lo encontró?

“Sí, la señora Quayle. Ella me llamó, ya te lo conté…”

“La policía querrá hacerle algunas preguntas. Probablemente ya lo estén haciendo. O tal vez el forense. No sé cómo trabajan en el condado de Westchester.”

“¿Porque es famoso? ¿Porque quizás piensen que alguien lo asesinó?”

“Porque es el procedimiento. Y sí, porque es famoso, supongo. La cuestión es que me gustaría que ya estemos lejos cuando aparezcan.”

Los hombros de mamá se derrumbaron. “¿Nada, Jamie? ¿Ninguna señal de él?”

Negué con la cabeza.

Mamá suspiró y miró a Liz. “¿Tal vez deberíamos revisar el garaje?”

Liz se encogió de hombros como diciendo es tu fiesta.

“¿Jamie, qué te parece?”

No me imaginaba por qué el señor Thomas estaría en su garaje, pero podía ser posible. Quizás tuviera un auto favorito. “Supongo que deberíamos ver. Mientras estemos aquí.”

Comenzamos con el garaje, pero me detuve. Había un camino de grava detrás de la piscina, la cual estaba vacía. El camino se encontraba bordeado de árboles, pero al ser final de la estación, la mayoría de las hojas se habían caído. Y por eso pude ver una pequeña construcción verde. Apunté hacia allí. “¿Qué es eso?”

Mamá le dio a su frente otra palmada. Yo comenzaba a temer que se produjese un tumor cerebral, o algo así. “¡Oh Dios mío, La Petite Maison dans le Bois! ¿Por qué no se me ocurrió antes?”

“¿Y eso qué es?” pregunté.

“¡Su estudio, donde él escribe!” ¡Si está en algún lado, podría ser ahí! ¡Vamos!”

Me tomó de la mano y corrió alrededor del extremo vació de la piscina, pero al llegar al comienzo del camino de grava, me puse firme y me detuve. Mamá siguió adelante, y si Liz no me agarraba de los hombros, yo habría terminado de cara en el suelo.

“¿Mamá? ¡Mamá!”

Ella se dio vuelta, impaciente. Pero esa no es la palabra. Se veía al borde de la locura. “¡Vamos! ¡Te digo que si está por aquí, el lugar es ese!”

“Debes calmarte, Tee,” dijo Liz. “Revisaremos la caseta, y luego creo que deberíamos irnos.”

“¡Mamá!”

Mi madre me ignoró. Estaba comenzando a llorar, algo que raramente hacía. Ni siquiera lloró cuando descubrió lo que debía al fisco; ese día solo golpeó el escritorio con los puños y los llamó un puñado de bastardos chupasangre, pero ahora estaba llorando. “Si quieres irte, vete. Pero nosotros nos quedaremos hasta que Jamie esté seguro de que no hay nadie. Esto capaz que te parezca un paseo de placer, para darle el gusto a una mujer loca…”

“¡Eso no es justo!”

“… pero es mi vida la que está en juego…”

“Ya lo sé…”

“… y la vida de Jamie, y…”

“¡MAMÁ!”

Una de las peores cosas de ser un niño, tal vez la peor, es cómo te ignoran los adultos cuando comienzan con sus mierdas. “¡MAMÁ, LIZ! ¡LAS DOS! ¡YA BASTA!

Ambas se detuvieron. Me miraron. Allí estábamos, dos mujeres y un niño con una sudadera de los New York Mets, junto a una piscina vaciada en un día nublado de noviembre.

Señalé al camino de grava que conducía a la pequeña casa en el bosque donde el señor Thomas escribió sus libros de Roanoke.

“Ahí está él,” dije.


 


lunes, 29 de marzo de 2021

LATER de Stephen King EN ESPAÑOL - Capítulo 10

 

LATER - STEPHEN KING - En español


10

Pasamos por el Burger King de Tarrytown y me compraron un Whopper, como habían prometido. También un batido de chocolate. Mamá no quería parar, pero Liz insistió. “Es un chico en crecimiento, Ti. Necesita tragar aunque tú no quieras.”

Aprecié eso de Liz, y había otras cosas por las que ella me caía bien; pero también hubo cosas que no me gustaron. Cosas importantes. Ya llegaré a eso, debo hacerlo, pero por ahora solo digamos que mis sentimientos por Elizabeth Dutton, detective de segundo grado, Policía de Nueva York, eran complicados.

Ella dijo algo más antes de llegar a Croton-on-Hudson, y necesito mencionarlo. Solo estaba conversando, pero resultó ser importante después (lo sé, esa palabra de nuevo). Liz dijo que Thumper finalmente había matado a alguien.

El hombre que se llamaba a sí mismo Thumper había estado apareciendo de vez en cuando los últimos años  en las noticias locales, especialmente en NY1, que mamá miraba la mayoría de las noches mientras preparaba la cena (y a veces mientras comíamos, si habían noticias interesantes). Thumper y su “reinado de terror” (gracias, NY1) habían existido desde antes de mi nacimiento, de hecho, y ya era una especie de leyenda urbana. Ya saben, como el Slender Man o El Garfio, pero con explosivos.

“¿Quién?” dije.

“¿Cuánto falta para que lleguemos? preguntó mamá. No le interesaba en absoluto Thumper; tenía sus propios problemas.

“Cierto tipo que cometió el error de usar una de las pocas cabinas telefónicas que quedan en Manhattan,” dijo Liz, ignorando a mi madre. “El escuadrón de bombas cree que estalló en el momento en que levantó el auricular. Dos cargas de dinamita…”

“¿Debemos hablar de eso?” preguntó mamá. “¿Y por qué todos los malditos semáforos están en rojo?”

“Dos barras de dinamita bajo la pequeña repisa donde la gente deja el cambio,” continuó Liz, sin inmutarse. “Thumper es un HDP ingenioso, hay que reconocerlo. Van a organizar otro equipo de investigación (el tercero desde 1996) e intentaré unirme. Estuve en el último, así que tengo una chance, y puedo usar el tiempo extra.”

“Verde,” dijo mamá. “Vamos.”

Liz arrancó.


 

domingo, 28 de marzo de 2021

LATER de Stephen King EN ESPAÑOL - Capítulo 9

 

LATER - STEPHEN KING - En español

9

 

Al aproximarnos a la patrulla sin identificación (yo sabía lo que era, la había visto muchas veces estacionada frente a nuestro edificio con el cartel que decía OFICIAL DE POLICÍA EN SERVICIO sobre el salpicadero), Liz se abrió un lado de la parca para mostrarme la pistolera vacía. Esa era una suerte de broma entre nosotros. Nada de armas cerca de mi hijo, esa era la regla inapelable de mamá. Liz siempre me mostraba la pistolera vacía cuando la llevaba, y en varias ocasiones la vi en la mesa ratona de nuestra sala. También en la mesa de noche, del lado de la cama que mamá no usaba, y a la edad de nueve años yo tenía una idea bastante certera de lo que eso significaba. El pantano de la muerte de Roanoke incluía material bastante subido de tono entre Laura Good-hugh y Puridad Betancourt, la viuda de Martin Betancourt (quien de pura no tenía nada).

“¿Qué hace ella aquí?” le pregunté a mamá cuando subimos al auto. Liz estaba ahí, así que decir eso fue algo poco educado, o directamente grosero; pero me acababan de arrancar de clases y me habían dicho incluso antes de salir que nuestro ticket de almuerzo había sido anulado.

“Sube, campeón,” dijo Liz. Siempre me llamaba Campeón. “El tiempo corre.”

“No quiero. Van a servir palitos de pescado en el almuerzo.”

“Nop,” dijo Liz, “vamos a comer Whoppers y papas fritas. Yo invito.”

“Entra,” dijo mi madre. “Por favor, Jamie.”

Así que entré en el compartimento trasero. Había un par de envoltorios de Taco Bell en el piso y un olor que podría haber sido palomitas de maíz del microondas. También había otro olor, uno asociado a nuestras visitas al tío Harry en sus distintas casas de hospedaje, pero al menos no había una grilla metálica separando el frente de la parte trasera, como había visto en algunas de las series policiales que mamá miraba (ella era fan de The Wire).

Mamá subió adelante y Liz arrancó, parando en el primer semáforo en rojo para encender la baliza. Comenzó a hacer blip-blip-blip, e incluso sin sirena, los autos se corrieron dejándonos en el carril rápido.

Mi madre se giró y me observó entre los asientos con una expresión que me asustó. Parecía desesperada. “¿Estará en su casa, Jamie? Estoy segura de que se llevaron su cuerpo a la morgue o a la funeraria, ¿pero él seguirá allí?”

Yo desconocía la respuesta, pero al principio no dije nada. Estaba demasiado sorprendido. Y dolido. Tal vez incluso enfadado, no recuerdo con seguridad; pero la sorpresa y el dolor los recuerdo muy bien. Ella me había advertido que no le contase a nadie que veía gente muerta, y nunca lo hice, pero ella sí. Le contó a Liz. Por eso Liz estaba allí, y pronto estaría usando su baliza para desviar el tráfico de la entrada de Sprain Brook.

Al final dije, “¿Cuánto sabe ella?”

Liz me guiñó el ojo desde el retrovisor, la clase de guiño que significa tenemos un secreto. No me gustó. Se suponía que fuésemos mamá y yo quienes guardáramos el secreto.

Mamá se inclinó sobre el asiento y me tomó por la muñeca.

Su mano estaba helada. “Eso no importa, Jamie, solo dime si él podría seguir allí.”

“Sí, supongo. Si fue ahí donde murió.”

Mamá me soltó y le dijo a Liz que fuese más rápido, pero ella sacudió la cabeza.

“No es una buena idea. Podríamos llamar la atención de una patrulla, y querrían saber cuál es el problema. ¿Qué les voy a decir, que debemos hablar con un muerto antes que desaparezca?” Pude notar por la forma en que lo dijo, que no creía una palabra de lo que mamá le había contado; solo se estaba burlando. Siguiéndole la corriente. Por mí, perfecto. En cuanto a mamá, no me parece que le importara lo que pensase Liz, en tanto nos llevase a Croton-on-Hudson.

“Entonces, tan veloz como puedas.”

“Copiado, Ti-Ti.” Jamás me gustó que llamase así a mamá, es como algunos chicos de la escuela dicen cuando quieren ir al baño, pero a mamá aparentemente no le molestaba. Ese día no le habría importado que Liz la llamara Bonnie Tetotas. Probablemente ni se habría enterado.

“Algunas personas saben guardar secretos y otras no,” comenté. No lo pude evitar. Por lo que supongo que sí estaba enfadado.

“Ya basta,” dijo mi madre. “No puedo permitirme que estés rezongando.”

“No rezongo,” dije rezongando.

Yo sabía que ella y Liz eran unidas, pero se suponía que ella y yo fuésemos más unidos aun. Al menos podría haberme preguntado qué me parecía la idea, antes de revelar nuestro mayor secreto una noche cualquiera, cuando ellas estaban en la cama, luego de ascender por lo que Regis Thomas llamaba “la escalera de la pasión.”

“Veo que estás molesto, y puedes enfadarte conmigo después, pero ahora te necesito, niño.” Era como si hubiese olvidado que Liz se encontraba allí, pero yo podía ver los ojos de Liz por el retrovisor y sabía que estaba escuchando cada palabra.

“Okay.” Ella me estaba asustando un poco. “Tranquila, mamá.”

Se pasó la mano por el cabello y le dio un tirón a su flequillo por si acaso. “Esto es muy injusto. Todo lo que nos ha pasado… que sigue pasando… ¡es una puta mierda!” Me revolvió el cabello. “No escuchaste eso.”

“Sí escuché,” dije. Porque seguía molesto, pero ella tenía razón. ¿Recuerdan cuando dije que estaba en una novela de Dickens pero con insultos? ¿Saben por qué la gente lee esos libros? Porque están felices de que todas esas cagadas no les ocurra a ellos.

“He estado haciendo malabares con las cuentas por dos años y jamás se me escapó una. A veces dejo las más pequeñas para pagar las más grandes, a veces dejo las más grandes para pagar un puñado de las más pequeñas, pero nunca nos cortaron la luz ni nos faltó para comer. ¿Cierto?”

“Sí sí sí,” dije, creyendo que le arrancaría una sonrisa. No funcionó.

“Pero ahora…” Le dio otro tirón a su flequillo, dejándolo desarreglado. “Ahora se vienen encima media docena de cosas a la vez, con el maldito fisco liderando la manada. Me estoy ahogando en un mar de tinta roja y esperaba que Regis me salvase. ¡Y el hijo de puta se muere! ¡A los cincuenta y nueve! ¿Quién se muere a los cincuenta y nueve si no tiene cincuenta kilos de sobrepeso ni usa drogas?”

“¿La gente con cáncer?” dije.

Mamá soltó un bufido y se jaló el pobre flequillo.

“Calma, Ti,” murmuró Liz. Apoyó su mano en el cuello de mamá, pero no creo que esta lo sintiese.

“El libro podría salvarnos. El libro, solo el libro y nada más que el libro.” Soltó una carcajada salvaje que me asustó aun más. “Ya sé que solo tiene un par de capítulos, pero nadie lo sabe, porque no hablaba con nadie más que mi hermano antes de que Harry se enfermara, y ahora conmigo. No escribía borradores ni notas, Jamie, porque decía que eso restringía el proceso creativo. Y porque no lo necesitaba. Siempre sabía a dónde quería llegar.”

De nuevo aferró mi muñeca y la apretó tan fuerte que me dejó una marca. Las vi más tarde esa noche.

Todavía podría saberlo.”

 

LATER de Stephen King EN ESPAÑOL - Capítulo 14

  14   Es hora de hablar de Liz Dutton, así que presten atención. Préstenle atención. Medía alrededor de un metro setenta, la altura d...